Constelaciones Familiares, pobreza y resiliencia

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Cada día me dispongo a estar abierta al gran Misterio mirando la montaña que me regala a través de los ventanales de mi nueva consulta. Mientras lo hago, agradezco y pido ser como ella, para poder sostener y acompañar en el viaje a los que son llevados a verse a sí mismos y repararse.

Hoy fui invitada a volver a mirar la pobreza, esa de fríos inviernos sin zapatos, de compartir una bolsa de té y la mitad de una marraqueta entre varios y tomar ese caldo de huesos cocidos varias veces, esa de miedos, angustias y terrores al escuchar los gritos y peleas de los padres—gritos que se anclan en el fondo de los oídos y continúan resonando hasta llegar la noche en el corazón de los niños—.

“Pienso en el hambre, el frío, los terrores nocturnos, las pesadillas que hacen mojar la cama y las palizas silentes de mi padre”.

Llega un hombre de 55 años pidiendo ayuda y buscando la causa de su Psoriasis. Lo envió su mujer y, antes que pudiera preguntarle, se presentó abierto, sincero y curioso. Entramos en su relato y fuimos, poco a poco, reviviendo la pobreza cruda, silenciosa y despojada de poesía.

Era un profesor de electricidad y, con el tiempo, la astucia y el tesón lo llevaron a crear su empresa de servicios eléctricos que mejoró su situación. Estaba acongojado por la soledad, la distancia que sentía con su mujer y las crisis recurrentes de pareja. Sentía que ella no lo entendía porque él quería estar siempre pegado a ella y su familia, escapando de la soledad que lo llevaba a un lugar oscuro de angustia y compañía masculina.

En el pasado, su madre lo logró meter a un colegio privado en el que, si lograba pasar un examen, sería becado. Tenía una gran habilidad matemáticas y, pese a su silencio y timidez, logró el puntaje máximo y lo recibieron. Esta oportunidad le abrió las puertas del conocimiento, pero también de experiencias difíciles que lo marcarían de por vida.

Mi primera chaqueta, de segunda mano arreglada por mi mamá, me hizo creer que iba a pasar desapercibido, que podría ser uno más. Pero, apenas entré, me di cuenta que estaba pasado de moda y comenzó una larga cadena de bullying. Todos los días no era solo ir a aprender, sino que era rechazado por mi pobreza”.

“A mis trece años, un sacerdote, el inspector del colegio, comenzó a seducirme y darme atención. Me protegía del bullying, pero también me daba muestras de “afectividad” que no entendía. Durante un año y medio fui abusado por él. Guardé estos hechos toda mi vida, lo que me generó una profunda angustia y ansiedad, y solo lo he podido compartir con mi mujer ahora. Mi vida se tiñó por esta experiencia”.

Mientras acomodaba mi alma inquieta y escuchaba el relato, miraba a la montaña y le pedía que me sostuviera y me diera la fuerza para sostener. Miré a este hombre y su niño y le dije:

—Sobreviviste—y, con un tono claro y curioso le pregunté— ¿Qué te ayudó a sobrevivir?”.

— Mi inteligencia y el deseo más profundo de salir de la pobreza.

—¿Qué quieres ver en la constelación?

—Quiero saber y sanarme de esta profunda soledad que siento, y que me lleva a buscar esos recuerdos de lo que recibí del sacerdote con hombres que me disminuyen a esa vivencia. Es como si, en esa época, esa experiencia me hubiera protegido del dolor.

Sin indagar más, para no abrir más heridas traumáticas y retraumatizar su cuerpo y corazón roto, abrimos la constelación. Le pedí que eligiera una huella para él y dos más (en adelante, la 1 y 2)—plantillas para representar en la consulta—. Puso la suya frente a las otras dos. El campo traía información y se sentía muy pesado, una atmósfera de mucha pena y dolor. El viaje había empezado, ¿dónde nos llevaría?

Desde mi intuición, le dije que la huella 1 representaba al bien y la 2 el mal y, al ponerse en cada lugar, observamos que él las miraba a las dos y, a su vez, ambas le devolvía la mirada. Antes de decirle nada, me dijo que la 1 era su madre y la 2 su padre, informacion del campo que me orientaba.

Miró las huellas señaladas como bien y mal y le dije:

—Sobreviviste al mal—. Y le comenté que conocía a un hombre, semejante a su historia, que cuando adulto el mal se instaló en él y abusó de sus tres hijas por largos períodos de tiempo (incesto). En cambio, él había logrado sentir impulsos de mal cuando aparecieron los espacios de profunda y angustiosa soledad. —El mal no pudo contigo—. Entré en cada huella para sentir lo que había ahí. Generalmente lo hacen los consultantes, pero a veces lo hago yo, cuando, como en esta ocasión, tengo certeza de la vulnerabilidad del corazón y el peso que lleva. Me puse a su servicio y sentí el voltaje del trauma, era imperativo ecualizar esas fuerzas. 

Sentí el lugar del mal, y apareció la verdad: el padre se materializó y yo vi sus castigos y maltratos, prácticamente torturas desde muy pequeño. Cada vez que hacía una pequeña travesura, no quería que llegara la noche ya que le esperaba el dolor. Llegó a poner cartones bajo el pijama para resistir los correazos, golpes y palos. Eran jornadas de terror, soledad y angustia.

Le dije que esa era su Psoriasis, la representación de su padre en su piel. Asiente, su padre también tuvo Psoriasis. Y, en una forma de llamar a la compasión en las constelaciones y usar los campos de información que nos dan, le dije que iríamos a ver la infancia de su padre. Lo vimos a los tres años, un niño inocente que vivía en la profunda pobreza material y espiritual siendo abusado y maltratado en un lugar lleno de violencia. Había conocido más torturas de lo que ese pequeño pudo soportar sin dejar que el mal se apoderara de él para sobrevivir.

Estas experiencias de trauma, tan profundas y violentas, generan en el sistema nervioso y dragón lleno de odio, resentimiento y furia desatada. Es tan grande la sensación de ira asesina, que de alguna manera se debe descargar y, así, se termina golpeando y abusando a otros. Otras formas son la eyaculación, las adicciones al alcohol y las drogas, o pastillas que disminuyan la angustia.

La energía de trauma que llevaba su padre cuando niño, el consultante la vio con los ojos de su alma. Así, para salvar el alma de su papá y aliviarlo, tomó el rol de cuidador y salvador para aliviarlo a través de las travesuras que provocaban los golpes que, al aliviar el cuerpo del padre, también lo hacía la angustia del niño.

Toda la energía de trauma del padre también la heredó su hijo, convirtiéndose en un patrón y llevándolo al encuentro con el sacerdote, al que vio como un padre bueno que nunca conoció y con una vivencia de alivio del dragón en lo sexual.

En un nivel humano, lo que vivió fue un trauma que lo dañó. En un nivel más profundo, observando lo ocurrido biológicamente en su sistema nervioso, esa experiencia lo ayudó a descargar energía que, a los trece años, podría haber asesinado a su padre. Fue en la época en que se defendió y, finalmente, se alejó del sacerdote.

El hombre pudo, biológicamente, autorregularse lo necesario para liberarse del voltaje y salir del congelamiento. Desde aquel momento de empoderamiento, comenzó a expresarse a golpes y a sacar la voz para defenderse. Además, su inteligencia lo llevó a la universidad.

El consultante danzaba entre el asombro, las lágrimas y la comprensión. El amor ciego se convirtió en compasivo. Se dio cuenta que él era como su padre—lo que rechazas es en lo que te conviertes—. Comprendió que la búsqueda de compañía masculina, cuando lo invadían sensaciones de soledad y angustia, era un acoplamiento y una lealtad a su padre, un acto inconsciente de recibir amor de él.

Miró a su padre y le dijo:

—Querido papá, ahora te veo y te reconozco, y puedo comprender todo lo que viviste y sufriste. Sé que no pudiste liberarte del mal. 

—Querido hijo, no pude. No tuve la fuerza para detenerlo dentro de mi. Anhelé que tú sí pudieras, que con la inteligencia que te heredó tu madre lo harías. Estoy orgulloso de ti—contestó el padre.

—Papá, sobrevivimos. A pesar de todo lo que pasó, estoy vivo, aquí, y me quedo en la vida. Tomo tu anhelo de una mejor vida, de dignidad, y te pido, por favor, que me des tu bendición para que, cuando venga el mal disfrazado de soledad, me abrace a la paz para resistir—contestó suspirando profundamente y mirándolo a los ojos.

—Querido hijo, tienes mi bendición para que cada día que vivas, la paz te acompañe en la oscuridad y la luz.

Cerramos lentamente la constelación y el hombre que entró a la consulta se veía transformado. Tenía una luz y una liviandad dulce y calma. El amor había triunfado y el bien se equilibró con el mal.

Vilma Bustos.

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