Las Maldiciones en las Constelaciones Familiares

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Muchas veces  los temas de magia negra, maldiciones o “trabajos”, no son tocados abiertamente por la superstición de que, al hablarlos, se pueden hacer realidad en nuestras vidas.

Cuando transitaba por la formación de Constelaciones Familiares, estaba tan sorprendida de todo lo que ocurría en esos espacios mágicos e incomprensibles, que cuando apareció representar “una maldición”, quedé peinada para atrás. Mi curiosidad aumentó a mil y comencé a anotar todo lo que la consteladora hacía y decía: María era médico de profesión, argentina y tenía mucha experiencia en estos temas, por lo que había pasado todos los test que hace la psicóloga que habita en mi congreso. Lo que ocurría allí en el campo, era sorprendente: demonios representados por mis compañeros, la lujuria en su variedad de rostros, la frivolidad, el desenfreno, la desvergüenza se movían sin freno y sin pudor. El tema era una maldición muy antigua de una mujer despechada, rechazada por su amante, y que recayó en un posterior y aparecía una enfermedad que se trasladaba de generación en generación hasta la consultante que estaba allí.

En otra ocasión, tuve la oportunidad de estar en un seminario con Bert Hellinger de varios días en Argentina donde la consultante no podía vivir tranquila: en su casa se le prendían artefactos eléctricos como la radio y la televisión, se le movían los muebles, entre otras cosas. La paciente estaba enloqueciendo y tenía testigos de estas situaciones, así que estaba segura que no eran alucinaciones ni delirios producto de su mente, era real.

Hellinger pidió a toda la comunidad presente que, el que se sintiera llamado a participar, pudiera entrar en el campo y, en este grupo de alrededor de 500 personas, muchos nos levantamos y fuimos al escenario. Lo que se dio allí fue digno de una película de Fellini, una locura compartida de ángeles y demonios, muertos, vampiros, gritos y carreras enloquecedoras. No podría decir en cuánto tiempo ocurrieron estas escenas de locura.

Bert permanecía sentado y observando todo lo que acontecía, asintiendo con la cabeza y observando a la consultante a su lado, que miraba esto llena de espanto. De repente, comenzó un aire de calma y suavidad y Bert se levantó, se acercó a una mujer y le dió unas palabras curativas que, a su vez, ella repitió a otra representante y toda la atmósfera de terror y locura se transformó en un movimiento de paz. Hellinger, en su estilo, no explicaba nada de lo que ocurría. Esto ya era lo que él llamó las “Constelaciones del Espiritu”.    

En el trabajo que realizo me he topado con las maldiciones que, aunque no son muy frecuentes, aparecen y los consultantes no pueden creerlo, pero les hace sentido por todo lo que han vivido. He podido distinguir si hemos ido por un buen camino al percibir el alivio que aparece en el consultante y en la atmósfera del campo que está desplegado.

Hoy, por zoom, me solicita una constelación una mujer de alrededor de 60 años en que, lo primero que aparece, es su ansiedad y su decir “me han pasado tantas cosas malas en la vida”. Como una metralleta, comenzó a enumerar la muerte de su hijo de trece años en moto, la adicción de su marido, el cáncer de su nieta, la reincidencia y muchas tragedias más. Le pido con firmeza que pare y la traigo conmigo a la sesión, ya que se había ido a transitar por esa selva de momentos difíciles y pensé “wow, ¡qué sistema nervioso más agotado por visitar tantas veces esos pasajes del pasado una y otra vez!”. Entonces, me llegó una historia que escuché a Bert Hellinger y se la relaté:

 

Bert preguntó: ¿qué mujer creen uds que es más feliz?

Eran dos mujeres que salieron de un campo de concentración después del término de la guerra. A ambas se les dió la posibilidad de viajar a USA a hacer una nueva vida: una de ellas aceptó y la otra se quedó y se convirtió en una relatora de sus experiencias en el campo a través de una organización que la llevaba a muchos países para que ella diera su testimonio, la que se fué, armó una familia y dejó atrás todo lo difícil.

La consultante rápidamente respondió que la más feliz era la relatora de sus experiencias difíciles.  

¿Qué dirías tú? ¿Cuál sería tu opción?

Le dije que la mujer más feliz era la de Estados Unidos. La que había dejado todo atrás. 

Hoy, esto se puede confirmar a través de la neurociencias, en que el sistema nervioso que ha sufrido eventos traumáticos y que estos  al  ser rememorados se retraumatiza, ya que para la mente no existe el pasado ni el futuro.

La consultante quedó en silencio, me miró a través de la pantalla y pude ver un pequeño brillo en sus ojos de comprensión y de alivio.

Ella necesitaba relatar la muerte de su hijo, ante lo cual cedí porque era viajar junto a ella a esa selva de dolor y traerla de vuelta desde la sutileza del amor y la descarga de su voltaje de trauma alojado en el cuerpo. Fuimos al viaje, iba acompañándola, sin entrar en detalles, con mi curiosidad guardada en mi mochila de terapeuta que sabe de trauma y de la delicadeza del sistema nervioso cuando ha sido abatido por experiencias difíciles.

Cuando me dio un detalle donde vi una luz que la ayudaría para salir de la oscuridad, recordé otra historia, esta vez de la Dra. Elizabeth Kubler-Ross, y se la relaté.

Trataba de un niño con cáncer terminal que la llama: “Dra., necesito que venga a verme, le tengo que pedir un favor”. Elizabeth es la primera médico que trabaja con enfermos terminales y desarrolla el acompañamiento desde un lugar nuevo dentro de la medicina. Por sus muchos años de experiencia, Elizabeth fue descubriendo y confirmando que los niños y adolescentes en estado terminal de alguna enfermedad, saben la fecha de su muerte.

 

Se encuentra con su paciente pequeño y el chico le dice que le faltan solo unos días para iniciar el viaje y que necesita que lo ayude con su madre, que no lo deja andar en su bicicleta nueva que no había podido usar debido a la repentina enfermedad. Elizabeth gestiona para que el pequeño se suba a su bicicleta sin “rueditas” y, así, con una fuerza inusual, da vueltas a la manzana solo y llega llena de felicidad donde sus padres. Se bajó y le dijo a su hermano menor: “ahora es tuya”. Elizabeth se despidió del niño, se miraron, y guardaron el secreto mientras se iba guiñandole el ojo.

Mi consultante, mientras escuchaba el relato, se secaba los ojos levantándose varias veces sus anteojos. Una vez que terminé, la mire y sus ojos brillaban, estaba más presente y había vuelto a estar aquí, conmigo, en la vida. Su hijo, parecido al relato, pidió andar en su moto y, ambos padres, extrañamente le dieron permiso en esa ocasión e hicieron varias gestiones para que esa moto y el joven se encontraran. Era su vehículo al mundo invisible y ellos, sin saberlo, lo entregaron al verdadero nacimiento.

Fue una larga sesión en que, con todo lo vivido, ya era tiempo de cerrar, pero algo me detuvo. Vi el reloj, faltaban unos minutos, y me pillé desprevenida cuando la consteladora que habita en mí le dijo que eligiera cuatro objetos. Me sorprendió este llamado y, cuando le pregunté a la consteladora de qué se trataba, me contestó: uno para ella, otro mamá, otro papá y la maldición”. Al igual que aquella sesión en mi formación, me quedé con el pelo para atrás, pero donde manda la consteladora, nada que hacer, solo me tocaba observar lo que el campo manifestara. Así, con los movimientos de amor curativo, fuimos sanando las heridas de la pequeña niña de la consultante y allí estaba la maldición que impidió el amor entre sus padres y generó tanta desunión, litigios entre hermanos, presencias oscuras vistas por sus hijas, enfermedades y desamores por doquier.

Recordé a Bert Hellinger, “para sanar las maldiciones necesitamos bendiciones”, y así fué: los padres le dieron un lugar a la maldición al igual que la consultante, y se le dio la honra y la pertenencia.

Desde la comprensión de las Constelaciones Familiares, la persona que hizo una maldición estaba en un estado de tanta rabia e ira  y dolor que su ego llamó al mal y se generó una profunda energía de maldad que fue enviada a la familia y que fue transmitida de generación en generación. Darle un lugar a esa persona y a esa energía y verla con los ojos del corazón y de la compasión es sanar al sistema completo, a esa persona y su clan y al clan que recibió la maldición. El amor cura.

Pongo todo este relato en manos de la Divinidad y que sea sanador para quien lo lea, como lo ha sido para mí escribirlo.

Amén.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en Trauma Individual y Social

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