Las verdades ocultas en las constelaciones familiares

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Esa tarde, cuando abrí la puerta de mi consulta, me encontré con una joven de bella cabellera color miel y ojos de conejillo inquieto. Se sentó rápidamente y se presentó. Su hablar era rápido y no dejaba espacios entre sus palabras. Me dejé mecer por ese ritmo acelerado, siguiendo sus carreras de lado a lado y percibiendo su encanto—y cómo me encantaba—, sin saber, todavía, de qué se trataba su historia.

Era estudiante de enfermería y estaba muy estresada. En un remolino de palabras me explicó que venía de parte de su peluquero que le había dado el dato a su madre y así se encontró sentada frente a mí, con ojos asustados y curiosos. ¿De qué se trata? Le pregunté silenciosa a Lo Más Grande y comencé a indagar. Padres separados a los ocho años, una madre que dice vivir por ella—y viceversa—, una mala relación con su padre con quien apenas pudo convivir una semana, dos intentos de suicidio del padre. Mi Sherlock Holmes interno anotaba, pero todavía no encontraba un detalle que resaltara. El reloj pasaba, era la última paciente del día—y previa a mis vacaciones—, así que había un apuro lento y cansado.

Le indiqué la canasta de huellas y le dije que tomara algunas para ella, su madre, su padre, su niña pequeña y una más. Le di un tiempo y las puso todas en fila india. Le expliqué que los lugares entregaban información del alma y entonces entendí.

Su alma estaba triste, con ganas de morir, preguntándose por su lugar en el mundo. Le pregunté si otros terapeutas lo habían visto y ella comenzó a llorar mientras vomitaba palabras confusas. Era su secreto, uno de muchos secretos. Hablaba apurada para que no viera entre sus palabras la profunda tristeza y sus ganas de morir, pero no podía ocultarlo del campo.

Seguimos y reconocimos cada lugar. Su niña era sostenida por su madre quien, a su vez, era sostenida por su padre. Ella estaba al medio, pero ¿quién era la huella detrás de su padre? Permanecía en silencio. Visité los lugares y vi que todos querían morir, todos querían abandonar este mundo. Me puse en esa huella incógnita y lo vi, era el ángel de la muerte, bello pues al aparecer las personas se pueden ir en paz. Desde allí emergió la verdad de sus padres, gracias a él todos seguían en la vida.

El padre quería morir, pero la madre lo salvó cuando se conocieron, conquistándolo para que se quedara en la vida. Sin embargo, ella también quería irse y él se dio cuenta. En el amor que nació entre ellos, la consultante, se anclaron a la vida. Sin embargo, el padre, al ver a salvo a la madre, decidió que ahora sí podía seguir al ángel de la muerte y abandonó sus vidas e intentó quitarse la vida en dos ocasiones, pero no era su momento y quedó anclado a través de ellas.

Le dije que no había visto nunca algo así, el ángel de la muerte era quien mantenía la vida. La muerte generaba vida en una bella paradoja.

La joven de ojos de conejillo curioso me miraba con un brillo que hacía resplandecer su sonrisa, entendiendo lo que pasaba frente a ella. Sus padres se amaron y todavía lo hacían al mantenerse vivos. La presencia de la muerte era la expresión del amor a la vida.

Estuvimos unos momentos en silencio y, entonces, le dijo a sus padres:

—Queridos papás, gracias por el amor que me traspasaron a través de su ayuda mutua para quedarse en la vida. Lo lograron, están vivos, y es un honor para mi haber nacido de ese generoso amor. Por favor tomen estos deseos de morir que llevo por ustedes. Bendíganme para quedarme en la vida sin esos deseos. Bendíganme para crecer libre y tomar de la vida hasta que llegue mi tiempo.

Los padres, emocionados, bendijeron a su hija y la invitaron a ir hacia la vida, ocupando su lugar de hija. La chica se despide de mi liviana, sorprendida y feliz y, mirándome me pregunta si tiene que volver. Le digo que podía hacerlo en un mes y medio y pude ver en sus ojos, ahora más tranquilos, esa necesidad que se ve en los niños cuando entran a la consulta, el deseo de quedarse en un lugar de contención, amor y paz. Me abrazó y percibí que se iba calientita y solo con su maleta.

Las constelaciones familiares nos dejan ver verdades ocultas y llenas de compasión que permiten que el alma se integre al cuerpo y a la vida.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma Individual y Social

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