Constelaciones Familiares

La Quintrala

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Allí estaba, sentada junto a su hija, una mujer de mediana edad, morena, de contextura gruesa, con una mirada amablemente dura y con un brillo de conejillo asustado, escondiéndose detrás de su saludo amable y aceptando mis disculpas por mi media hora de retraso.

Me responde algunas preguntas básicas y me entero que es oriunda de Frutillar, que hoy vive en Colina, que se vino a Santiago a trabajar como asesora del hogar y que está desempleada porque cuida a su madre que está postrada en cama.

Le pregunto cómo supo de mí y me responde que su hija me vio en las redes sociales y le sugirió que viniera a verme. La miro y no dejo de sorprenderme el efecto de las redes en la población y que, esto de ser mirada como rockstar, no logra convencerme, generándome cierta inquietud y más consciencia aún de ser delicada y respetuosa. Ante esto, mi parte autoexigente se pone más intensa y en primera línea pensando en la nube de autoconsciencia “esta persona viene a mí, a pedir ayuda, es un alto costo para su presupuesto familiar, y no puedo fallar”.  Respiro profundo, me acomodo en el sillón que me contiene todos los días y que, junto a mí, escucha tantas historias de vida y sostiene mis lágrimas mientras acompaño a tod@s l@s niñ@s herid@s que me visitan diariamente, agotados de llevar pesos que no les corresponden. 

Llamo al Gran Jefe y, mientras voy escuchando su historia y su motivo de consulta, comienzo a buscar dónde está la desafinación en el relato. ¿Está en su cuerpo? ¿En su mirada? Me habla de que su marido le fue infiel hace tres años atrás, que lo perdonó y que, en diciembre del año pasado, se enteró que la había engañado nuevamente. Está con un psicólogo del Cesfam, un joven que la ha ayudado mucho y que le ha dado contención y herramientas mientras ella le relataba su historia de maltratos y abusos de su infancia.

“Wow”, pienso mientras escucho su relato, “que fantástico es que existan psicólogos jóvenes tan asertivos y disponibles en el servicio público”. Entonces, me pregunto “¿qué necesita de mí? ¿Qué trae por acá?” Decido preguntarle directamente: “¿en qué te puedo ayudar yo?” Y ella, escurridiza, me dice que su hija le dijo que yo era la indicada para ayudarla. “¿Ayudarte en qué?” Volví a preguntar, pero no hubo respuesta y solo siguió relatando su historia de vida con un orden sorprendente y una bella lógica de silabario en los que se notaba el trabajo pulcro y ordenado del psicólogo.

Me inquieté y, cuando estoy así, mi Sherlock Holmes se para, camina por la sala y mira desde arriba, cambiando de perspectiva. Como no tengo una pipa, uso un caramelo de propóleo y miel y espero pacientemente para ver si aparece esa distonía por donde entrar al corazón del consultante. Hasta ahora, esta mujer se veía muy entera. Me senté, la miré a los ojos y comencé a verla. Ahí ví su miedo, muy escondido detrás de sus pupilas. Entonces le dije “veo en tus ojos una nube de miedo, cuéntame que pasó”. Así, al ser vista, comenzó a abrirse “es que el día que me enteré que mi marido había sido infiel nuevamente, tomé un cuchillo… era así de grande…  y se lo puse al cuello, lo amenacé y después también me lo puse yo, para cortarme los brazos… estaba enloquecida, gritaba como loca… mi marido salió arrancando…”.  “¡¡¡Ah!!!” Le dije, mirándola a los ojos, con un tono de voz liviano y una soltura en mis labios que los hacían levemente ir hacia una risa. “¡¡¡Ahhhh!!! ¡¡¡Salió la Quintrala!!!” Y me reí, marcando y calmando suavemente su agitado corazón. “Esa la tenemos todas. Obvio que tuviste ganas de cortarle ciertas partes, y un poco más…¿cierto?” Al verme en este estado, ella soltó la risa, nos reímos juntas y le dije nuevamente queese es el sueño de todas cuando nos pasan estas cosas con los hombres. 

Naturalmente salió la conversadora de ella y comentó más detalles de cómo ese día fatídico de la salida de “La Quintrala” incluso fue el psicólogo a verla a su casa y la calmó.

De verdad es para honrar a este joven colega. Me maravilló su compromiso y su entrega, me recordé cuando recién salida de la universidad me iba a atender a la Población Los Nogales, sin ninguna conciencia del peligro, con mi delantal de psicóloga puesto en el corazón. Atendía por un mínimo de lucas a los poblador@s y niñ@s de aquella comuna y volvía con el alma llena de amor compartido, pero con el cuerpo agotado de tomar tanto dolor y tanta pobreza que hería sus corazones.  

Eran tiempos de dictadura en los que también absorbía el miedo de l@s poblador@s y mi militante, llena de ideales, les decía “esto pasará”, llevándoles terrones de esperanza sacados de mis bolsillos llenos de la Fé que se me ha regalado. Aquella joven es la que me acompaña hoy en las jornadas de sanación gratuitas, de Chile sana sin fronteras, ella es la que me recuerda aquella promesa que les hice a l@s poblador@s. “Algún día recibirán atención gratuita de muchos terapeutas.”

Volví a las risas con esta brava mujer, le manifesté mi admiración por su inteligencia y por su coraje de construir una familia, con una sola pareja de tantos años, siendo analfabeta y no recibiendo instrucción formal escolar, pero aprendió a leer y escribir en el camino de la vida. Ella logró sacar adelante a su familia teniendo hijos profesionales.   

Después de esta devolución, la volví a mirar y mi Sherlock Holmes me pregunta “¿por qué está aquí?” El enigma sigue en el aire y la terapeuta, que también es un sabueso muy entrenado por años de muchos pacientes, me decía que algo faltaba para armar el puzzle.

Le dije “cuéntame qué pasó ese día.” Entonces, me relató brevemente la escena, dejé un silencio en el que la acompañé para que se fuera calmando, y juntas fuimos mirando la escena desde lejos, mi sabueso y Sherlock  juntos mirando.

Ya a esta altura había pasado un buen rato, nuevamente me iba a atrasar con el paciente que venía después. Entonces me rendí y fui a mirar al único terapeuta: “Gran jefe, de verdad no sé. Veo la Quintrala, ¿qué más tengo que ver?”

Puedo decir que cada vez que me sintonizo desde ese lugar de humildad, viene la ayuda y, entonces. pude verla. “¿Tú estás aquí porque tienes miedo a que aparezca la Quintrala de nuevo, sin tu control?”

Su mirada se enfocó y, como los niños y grandes que intentan hablar pero no pueden  porque están en shock, ella asintió con la cabeza y lloró. Eran sus primeras lágrimas. Allí vi a su Napoleona caída, con la herida narcisista descubierta, herida que se tapa con la  bendita arrogancia que permite la sobrevivencia.

Ella era una mujer que tenía todo bajo control: un matrimonio estable a pesar de las dificultades de la vida, hijos sobresalientes, la última hija sorda y sostenida por ella y su orgullo de ser una sobreviviente. Le dije que, de verdad,  había logrado hacer una vida de mucho valor y que era real que era grande, muy grande. Y allí esa mujer Napoleónica se largó a llorar desconsoladamente. Mirándola me di cuenta de lo valioso que era que estuviera allí, lo difícil que había sido venir a verme, pedir ayuda y, además, esperar media hora. Después me confesó que casi se va, porque a ella no la hacen esperar, pero que frenó a su Napoleona porque ya estaban allí. Además, salía en las redes y su hija le había mostrado mis lives y algo vio en mí que la alentó a venir. “Se llama intuición”, le dije.

Ya, teníamos allí su corazón abierto, dulce y humilde. Ahora me tocaba a mí. Fui muy adentro de mí, pero, nada, nada, nada.

A pesar de mi misma y de la curiosidad, también mi Napoleona estaba sentada con una sensación de estar perdiendo la batalla. Entonces, fuí a buscar un terrón de esperanza en mis bolsillos de Fe y vino el milagro con una de esas preguntas que salen sin que uno les dé permiso. “¿En tu familia hay alguien con epilepsia?” Ella abrió los ojos sorprendida y me contesta “sí, mi hija con sordera tuvo epilepsia y ahora está bien. Tomó medicamentos y se sanó”. ¡¡¡Eureka!!! Ahí encontramos la pieza que faltaba.

Le hice algunas preguntas específicas y apareció la información. Ese día de la Quintrala fue llevada por un familiar a la posta para que la vieran, porque la escena fue de “locura” y, cuando estaba en la posta, recién se dio cuenta de dónde estaba. Fue como despertarse de repente, miró a su alrededor, extrañada por estar allí, se acercó a su familiar y le dijo “llévame de aquí”. Después de la aparición de la Quintrala había “apagado tele”, y se “despertó” en la posta. También me comentó que otras veces había vivido experiencias similares de desconexión.

Le comenté que esas eran, a todas luces, crisis epilépticas. Se llaman ausencias y la Quintrala es, muchas veces, parte de estas crisis que se llama “Ira epiléptica”. Estas crisis se remiten con medicamentos que hoy son de fácil acceso y, con las dosis adecuadas, generan contención y estabilidad, como lo hacían con su hija. Estas crisis generalmente se disparan cuando hay eventos de alto estrés, que no es menor hoy por la pandemia, las cuarentenas y todo lo que ocurrió con su marido.

Toda la sala y ella suspiraron abierta y sonoramente. Comenzó a reír y yo junto a ella, también aliviada de la pieza encontrada. Nos miramos a los ojos y pude ver alivio y a su Napoleona diciéndome “gracias, valió la pena el precio de la consulta, la espera y abrir mi corazón y mostrar mi miedo”. 

Fuí a buscar a su hija, le contamos el hallazgo y levantamos la constelación para ver qué había más allá. En ella estaban su marido, su padre, su madre y ella, todos, uno al lado del otro, en fila, como equipo de fútbol.

Y lo primero que comentamos era que sus padres la separaron de su marido, no la dejaban verlo. En las constelaciones eso significa que ella no está disponible para su marido porque su niña estaba cuidando a sus padres. Le comenté “es probable que tus padres tuvieran su propia guerra de napoleones, que venía de la difícil pobreza que ellos vivieron”. Me comentó que su padre abandonó a su madre, que quedó furiosa con él. “Ese es el enojo que tú llevas y descargas en tu marido”, fue lo que le contesté y, desde sus ojos, vi como asentía.

Fuimos a mirar a su marido y allí sus ojos se abrieron grandes, muy grandes. Me puse en el lugar del marido y pude sentir el miedo de ser homosexual. Coloqué al padre del marido y allí estaba el terror de la homosexualidad reprimida que este hombre había encerrado siendo un “mujeriego”, patrón que impactó al hijo y lo llevó a ser fiel en su matrimonio hasta que su mujer, al no estar disponible sexual y afectivamente, llevó a que emergiera el mismo patrón de su padre. Él sintió el miedo de ser homosexual y siguió el patrón compensatorio entregado por el padre, permitiéndose buscar otra mujer para comprobarse a si mismo que le gustaban y le atraían. 

Comenté que, lo más probable, es que su marido fuera homofóbico. La hija, que estaba presente en la sala, sonríe y confirma, junto a su madre, esta hipótesis. Tomé el camino de liberar al marido, mirando a su padre y dejándole a él sus temas de represión y miedos. Y, a ella, le tocó entregarle a su madre todo el miedo del rechazo y del abandono que ella vivió, dejándole “La Quintrala” diciéndole “mamá te entrego tu Quintrala, yo sólo puedo llevar la mía”.

Después de estos mágicos movimientos, el rostro de esta dura mujer y asustada niña se dulcifican y emergió en ella una belleza de calma hasta ahora no visible a mis ojos.

Le indiqué una interconsulta con una neuróloga, que además hace terapia neural, para chequear la epilepsia/ausencias, y quedamos en que me daría noticias de sus próximos pasos.

Al despedirnos me preguntó si podía abrazarme y sentí en ese abrazo un ser humano que se iba liviano, alegre y con muchos terrones de esperanza en su cuerpo y, sobre todo, en su corazón.

Miré a su Napoleona, la mía le guiñó el ojo, y ambas sabían que eran sobrevivientes, pero, hoy, estaban arriba del caballo de la humildad, porque la guerra ya se había terminado.

Aprender a escuchar, esperar y tener muchos turrones de esperanza en los bolsillos de la Fe, es un requisito esencial de un terapeuta en el acompañamiento de un ser humano.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora familiar
Experta en Resolución de traumas individual y social
Practitioner somatic experiencing
Terapeuta de puentes al alma.

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Las verdades ocultas en las constelaciones familiares

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Esa tarde, cuando abrí la puerta de mi consulta, me encontré con una joven de bella cabellera color miel y ojos de conejillo inquieto. Se sentó rápidamente y se presentó. Su hablar era rápido y no dejaba espacios entre sus palabras. Me dejé mecer por ese ritmo acelerado, siguiendo sus carreras de lado a lado y percibiendo su encanto—y cómo me encantaba—, sin saber, todavía, de qué se trataba su historia.

Era estudiante de enfermería y estaba muy estresada. En un remolino de palabras me explicó que venía de parte de su peluquero que le había dado el dato a su madre y así se encontró sentada frente a mí, con ojos asustados y curiosos. ¿De qué se trata? Le pregunté silenciosa a Lo Más Grande y comencé a indagar. Padres separados a los ocho años, una madre que dice vivir por ella—y viceversa—, una mala relación con su padre con quien apenas pudo convivir una semana, dos intentos de suicidio del padre. Mi Sherlock Holmes interno anotaba, pero todavía no encontraba un detalle que resaltara. El reloj pasaba, era la última paciente del día—y previa a mis vacaciones—, así que había un apuro lento y cansado.

Le indiqué la canasta de huellas y le dije que tomara algunas para ella, su madre, su padre, su niña pequeña y una más. Le di un tiempo y las puso todas en fila india. Le expliqué que los lugares entregaban información del alma y entonces entendí.

Su alma estaba triste, con ganas de morir, preguntándose por su lugar en el mundo. Le pregunté si otros terapeutas lo habían visto y ella comenzó a llorar mientras vomitaba palabras confusas. Era su secreto, uno de muchos secretos. Hablaba apurada para que no viera entre sus palabras la profunda tristeza y sus ganas de morir, pero no podía ocultarlo del campo.

Seguimos y reconocimos cada lugar. Su niña era sostenida por su madre quien, a su vez, era sostenida por su padre. Ella estaba al medio, pero ¿quién era la huella detrás de su padre? Permanecía en silencio. Visité los lugares y vi que todos querían morir, todos querían abandonar este mundo. Me puse en esa huella incógnita y lo vi, era el ángel de la muerte, bello pues al aparecer las personas se pueden ir en paz. Desde allí emergió la verdad de sus padres, gracias a él todos seguían en la vida.

El padre quería morir, pero la madre lo salvó cuando se conocieron, conquistándolo para que se quedara en la vida. Sin embargo, ella también quería irse y él se dio cuenta. En el amor que nació entre ellos, la consultante, se anclaron a la vida. Sin embargo, el padre, al ver a salvo a la madre, decidió que ahora sí podía seguir al ángel de la muerte y abandonó sus vidas e intentó quitarse la vida en dos ocasiones, pero no era su momento y quedó anclado a través de ellas.

Le dije que no había visto nunca algo así, el ángel de la muerte era quien mantenía la vida. La muerte generaba vida en una bella paradoja.

La joven de ojos de conejillo curioso me miraba con un brillo que hacía resplandecer su sonrisa, entendiendo lo que pasaba frente a ella. Sus padres se amaron y todavía lo hacían al mantenerse vivos. La presencia de la muerte era la expresión del amor a la vida.

Estuvimos unos momentos en silencio y, entonces, le dijo a sus padres:

—Queridos papás, gracias por el amor que me traspasaron a través de su ayuda mutua para quedarse en la vida. Lo lograron, están vivos, y es un honor para mi haber nacido de ese generoso amor. Por favor tomen estos deseos de morir que llevo por ustedes. Bendíganme para quedarme en la vida sin esos deseos. Bendíganme para crecer libre y tomar de la vida hasta que llegue mi tiempo.

Los padres, emocionados, bendijeron a su hija y la invitaron a ir hacia la vida, ocupando su lugar de hija. La chica se despide de mi liviana, sorprendida y feliz y, mirándome me pregunta si tiene que volver. Le digo que podía hacerlo en un mes y medio y pude ver en sus ojos, ahora más tranquilos, esa necesidad que se ve en los niños cuando entran a la consulta, el deseo de quedarse en un lugar de contención, amor y paz. Me abrazó y percibí que se iba calientita y solo con su maleta.

Las constelaciones familiares nos dejan ver verdades ocultas y llenas de compasión que permiten que el alma se integre al cuerpo y a la vida.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma Individual y Social

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¿Por qué unir dos metodologías como la resolución de traumas y las constelaciones familiares?

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Al trabajar en la sanación de traumas, uno puede echar mano a ambas herramientas ya que promueven un encuentro integral, una danza entre el sistema nervioso, el alma y el Espíritu. En este baile, ocurre un encuentro en el vínculo con uno mismo, con todas las partes internas desconectadas que pulsan por ser vistas y reconocidas, y para llegar a ellas se invita a la descarga biológica que permite reconectar el cableado eléctrico del sistema nervioso. Todo esto se hace a través de la compañía y contención del constelador y/o el grupo. Así, desde este lugar de consciencia corporal y de contención humana, podemos mirar los eventos difíciles de violencia, maltrato, abuso, accidentes, enfermedades, etc.

Cuando trabajamos los sistemas familiares, es vital descargar la energía del trauma instalada en el cuerpo para poder constelar y así ver, sanar y cuidar las heridas y cicatrices que quedaron en el alma y en el cuerpo. Se debe descongelar el cuerpo para poder rescatar el Alma. Desde este rescate, el paso siguiente es abrir los ojos para ver el regalo que el Espíritu dejó para nuestro crecimiento personal. Sanar el trauma significa recablear nuestro sistema nervioso, readaptarnos a lo nuevo y ampliar la mirada interior y exterior, para ver lo que el Gran Espíritu nos quiere mostrar: estamos vivos, sobrevivimos, estamos aquí y ahora.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma Individual y Social

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Las maldiciones por amor no correspondido y las constelaciones familiares

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Al parecer, el Gran Misterio me ha estado enviando mensajes acerca de las maldiciones por amor no correspondido para tener una mayor comprensión y aceptación de estos movimientos que dañan a las personas y a los sistemas. De esta forma, podemos reconocer en nosotros un aspecto de la sombra, cuya base es la arrogancia y su fondo la profunda pérdida de conexión con lo divino.

Llegó una mujer de unos setenta años, de ojos curiosos y movimientos cancinos y rápidos. Al verla, me asombra su vitalidad, pero percibo un gran peso en sus gestos y movimientos. Es una mujer resuelta, viuda hace cuarenta y cuatro años cuando su marido falleció en un accidente en una cuatrimoto. 

Cuando me contó eso, observo en mi interior al Gran Misterio y le digo: “Ayer también hubo un accidente en una moto de cuatro ruedas. ¿Estaré en la lista de los accidentados en moto que van a pasar al estado de limbo al encuentro con TU luz?”. El Gran Misterio solo me sonrió como respuesta. A veces puedo sentirlo y le hago estos comentarios para aliviar el impacto que significa contener una historia difícil. 

En el presente, frente  a mí, tenía a una mujer que, pese a sus años, tenía un brillo de juventud. Me dijo que quería constelar su relación con su marido pues, a pesar de los muchos años que habían pasado, seguía sintiendo un lazo desde la negatividad que le producía sueños vívidos donde peleaban. Cada vez que despertaba era como si él estuviera vivo.

Le expliqué que, desde la mirada de las Constelaciones Familiares, las personas que mueren en accidentes no saben que están muertas y reciben un shock tan fuerte que, al no ser conscientes de la salida de su alma del cuerpo, quedan suspendidos en el espacio entre el aquí y el allá.

En mi formación con Bert Hellinger, me tocó ver constelaciones en que la temática eran muertes accidentales. En ellas, Hellinger ayudaba a las almas a tomar consciencia de su muerte mostrándoles el camino a seguir, con lo que generaba alivio en el consultante y permitía que el alma en el limbo transitara y encontrara la paz.

Mi mente recorría recuerdos y, de la formación, saltó a las experiencias cuando me tocó apoyar a quienes perdieron seres queridos en el terremoto del 2010. Durante mucho tiempo muchas personas fueron a mi consulta con animitas o fantasmas. Eran pacientes que se sentían decaídos, tenían sueños de muerte o experimentaban traumas por el terremoto. Cuando llegaban a mi consulta yo percibía esas almas que los acompañaban, muchas de niños pequeños.

Para que las personas no se asustaran en esas consultas, yo indagaba de a poco acerca de su sensibilidad y su conexión con mundos invisibles. Además, cuando ya contaba con las claves de las personas altamente sensibles (PAS), les comentaba que estaban acompañadas por almas o que, muchas veces, al darles conciencia de su existencia, los llenaba de alivio, risas y naturalidad. Era como si percibir a los muertos fuera algo normal, pero en esas consultas había un pacto implícito de entendimiento.

En esa época, junto con el apoyo de las constelaciones, me llegó una bella oración para las almas en tránsito que entregué a muchos consultantes. Hacer un rito de despedida las aliviaba y yo les decía que era una consulta para los dos, el vivo y el muerto. Las experiencias que he tenido con el mundo invisible dan para muchos relatos, tengo una especie de Isapre del mundo invisible que, últimamente, llena mi agenda.

Al decirle a la consultante que podíamos ver qué pasaba con su marido, ella suspiró aliviada. Le pedí que pusiera dos lugares, uno para cada uno. En ese momento, aparece una profunda tristeza y, debajo de ella, emerge una rabia y una contracción corporal de cierre. Su cuerpo era como un bloque cerrado. Le pregunté qué había pasado entre ellos, si el vínculo había sido difícil. A lo que me contestó que sí, que él había sido infiel muchas veces y que, al morir, le confesó que tenía otra relación hace cuatro años con una mujer muy joven. Había sufrido mucho con él.

Le dije que en las relaciones de pareja todo es compartido y ella solo estaba viendo su parte. Al parecer, su marido estaba buscando algo que ella no le podía dar y que, a su vez, era el amor que su madre no le dio. Me miró con los ojos húmedos asintiendo. Le pedí que se pusiera en el lugar de su marido y me dijo que sentía mucha tristeza, como si estuviera perdido. Confirmé lo que decía y me puse en el lugar hacia donde miraba representándolo para comprobar una intuición y, al hacerlo, estuve seguro que era un embrujo.

Al ponerme en ese lugar, sentí el fuego de la lujuria con una sensación de posesividad profunda y soberbia. La consultante seguía en el lugar del marido sin saber lo que yo representaba y, al preguntarle cómo se sentía, me dijo que tenía una sensación sexual que no le permitía moverse ni dejar de mirarla, era una atracción muy poderosa. Esto me permitió comprender el campo y lo que había sucedido y nos embarcamos en frases curativas de inclusión del embrujo y la mujer que lo había hecho. De esta forma, el nudo que atan las hechiceras o los deseos negativos de los egos tomados por la sombra se liberaron y sanaron. Un dos por uno, como los tiempos del terremoto.

Al liberar a su marido y a ella de ese embrujo de amor no correspondido, miramos a las madres de cada uno que no habían podido entregar el amor que necesitaron cuando pequeños, dejando una profunda herida que no les permitía estar disponible para el amor en pareja. Él, buscando a su madre en cada mujer que invitaba al amor, una madre que vivió pérdidas de hijos y una familia donde la guerra e inmigración generaron locura y asesinatos. Ella, una madre no disponible para el amor íntegro, donde la sexualidad y el corazón van juntos. Su madre odiaba el sexo y vivió situaciones difíciles en su matrimonio de abuso y violación, patrón que le había heredado inconscientemente.

Nos encontrábamos en un viaje de consciencia y reconciliación a través de las madres. No es extraño encontrar parejas en que las heridas de la infancia son las mismas y que los niños, en su pensamiento mágico, eligen a un ser parecido en las heridas pensando que sanarán juntos. Sin embargo, lo último no ocurre.

Después del reencuentro de cada uno con su madre, volvieron a mirarse y apareció una verdad, sorprendente para mi, pero solo una confirmación para ella de señales que había tenido el día del accidente. Su marido, percibiendo el embrujo del cual no podía liberarse y amando a su mujer, a pesar de no estar disponible para él, pidió al Gran Misterio que adelantara su muerte para dejar de hacerla sufrir y mostrarle su amor a ella. El accidente fue un suicidio. De esta revelación él le habló y le pidió perdón, confirmando el amor que siempre le tuvo. La consultante, ya más esponjosa, pudo, por fin, pedirle perdón por no estar disponible para él, siendo consciente del patrón y aceptando su declaración de amor. Los dolores de su corazón aparecieron y pudo expresarle que necesitaba tiempo para sanarlo desde esta nueva comprensión. Eran años de dolor y rabia.

Después de estas revelaciones, ayudamos a su marido a seguir el camino hacia la luz y cerramos, sintiendo un profundo alivio y un nuevo espacio de paz. Nos quedamos en silencio unos minutos hasta que la consultante me dijo que estaba muy cansada, como si se hubiera drenado toda su energía. Le dije que era normal, que en estos viajes el cuerpo se resiente e incluso duele, pero que pasará. Entonces, me relata su último día con su marido, donde él hizo un sinnúmero de cosas insólitas, que ahora podía ver que se estaba despidiendo.

Esta fue una constelación que trajo muchas verdades a la luz, siendo la más importante que el Amor nunca los abandonó, pero no pudieron ir más allá de los patrones inconscientes de desamor entregados por sus madres, guerras y migraciones.

Espero que este relato llene de luz la sombra de resentimientos que a veces se acumulan en nuestros corazones, endureciendose e impidiendonos ir a la vida y estar en ella.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma Individual y Social
Practitioner Somatic Experiencing

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Reflexión sobre cómo escoger una pareja: Pingüinos y Leones, una distinción que ayuda

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Hoy entró por la puerta de la consulta un joven gay, de casi cuarenta años, profesor de danza, con un rostro armonioso, y un porte un poquito menos del promedio de los chilenos. Al verlo sonreír, se nota el brillo en sus ojos sobre la mascarilla KN-95, y siento la presencia de una persona altamente sensible (PAS).

En los viajes de las constelaciones es tanta vida la que se presenta en mi consulta que, Gracias a Dios, después que las cerramos, guardo toda la información en un disco duro en mi alma que, cuando pongo un dato, se activa y viene el recuerdo al presente.

Después de un bello caminar en que me relató lo que le había ocurrido después de la constelación anterior. El asma que lo había hecho consultar lo había dejado y no había vuelto a tocarle la puerta. Me sonreí y le murmuré al Gran Misterio todo lo que me sorprendía cada día con cómo funcionaban las constelaciones.

—¿Por qué vienes a consultar ahora?—le pregunté.

—Vengo a hacerme un control. Estuve varios meses en Chiloé escribiendo mi libro de poemas que presentaré el jueves. Me ayudó mucho el proceso de escritura para expresar mis demonios, pero tengo uno muy presente que no he podido exorcizar—me contestó. —Tengo la sensación que se me abrió una gran herida y que, en vez de sanar, de tanto limpiarla, solo quedó limpia en la superficie, pero hay pus bajo ella. Me encontré con la rabia.

Hablamos sobre su dragón y la importancia de educarlo y sacarlo a pasear todos los días. No siempre había que decirle que no, es un aliado para poner los límites y, bien adiestrado, puede ser un gran aliado. Por otro lado, al comentar que el alcohol a veces lo sacaba de su jaula, me dijo que su padre era alcohólico y que, quizás, de ahí venía su herida.

Todo lo que me relataba no nos llevaba a ningún lado. Yo esperaba, disfrutando el mirar su gentileza, el escuchar su voz armoniosa y ver la salud en su rostro. Sin embargo, mi Sherlock Holmes no despertaba, solo seguí ahí, frente a él, en presencia. En eso, recordé cuando les explicaba a mis alumnas que, a veces, uno no sabe, que no aparece nada, y que solo hay que esperar y tener paciencia. Es como ser el suplente en un deporte, solo debes permanecer en la banca hasta que el entrenador te llame a entrar y te de la oportunidad.

Me habló de la rabia que sentía y del miedo de ser como su padre. Yo seguía mirándolo sin sentir nada. Había pasado media hora y todavía no se abría la puerta, aunque, por suerte, era la última hora y podía darme más tiempo para que llegara una señal. Entonces, como un impulso que aparece al conocer las técnicas, le dije:

—Pon tus pies en el suelo para enraizarte y trae una situación de rabia, aunque sea algo pequeño, y dime dónde lo sientes en el cuerpo.

Él se dispuso a la situación y me comentó lo que sentía. Por mi lado, comencé a hacer la Democratización de la Emoción, que es transmitir la sensación de la emoción a distintas partes del cuerpo para que se comparta aquello que estaba monopolizado y se descargue la energía del trauma acoplada a esa emoción.

La conexión con su cuerpo era fluida y sentida, todo marchaba. Era una linda experiencia de Somatic Experiencing y, quizás, solo eso tenía que ser: sostenerlo y ayudarlo a descargar. Seguía sentada en la banca mirando un estadio donde no había juego.

Entonces, mi Sherlock vio una pista y preguntó—¿Cuál es la situación que trajiste?

—Estaba con mi pareja y me planteó hacer un trío y, con unas copas de más, salió mi dragón y quemó todo, tanto, que mi pareja huyó y no lo vi más—contestó.

Por fin vino el llamado del Entrenador con una imagen clara y evidente. Esto no tenía que ver con el padre, sino que con un congreso de almas en su interior: el pingüino enamorado, el partner, la mujer romántica, el bailarín fogoso, el arquitecto que proyecta su casa, el perro fiel y leal. Estaba todo el congreso del amor. 

Al nombrarlos a todos, él me miraba con los ojos desorbitados. Yo lo tranquilicé explicándole que era normal, que nuestro interior es un estadio, un congreso interno. Entonces, pude decirle cómo todo su congreso de amor había entrado en shock frente a la propuesta de su pareja. Era una explosión de llanto, incredulidad, ladridos y gritos que despertaron al Dragón, le dieron unos tragos de alcohol, y un ángel le susurró al oído lo que sucedía tres veces, ya que las primeras palabras solo fueron recibidas con incredulidad. Frente a eso, el Dragón despertó, quemó todo lo que encontró a su paso, y la pareja huyó para no volver.

Mientras relataba esto, el congreso escuchaba atento y asentía. El pingüimo emamorado, el partner, la mujer romántica, el bailarín fogoso, el arquitecto de la pareja eterna y el perro leal y fiel. ¿Qué había pasado? El ángel, enviado por amor, sabía que la única manera de que esa relación terminara—necesario porque lo iba a terminar llevando al infierno—era con la acción del Dragón. Y así fue, porque el congreso enamorado no lo iba a hacer y solo agacharía la cabeza y sufriría.

—¿Te das cuenta de la bendición de tener un Dragón, en especial guiado por un ángel?—Le pregunté—¿Sabías que eres un pingüino y no un león?—Seguí.

Me miraba incrédulo. No sabía qué diferencia había y le expliqué. Los pingüinos solo tienen una pareja, los leones muchas. Es lo que hoy se llama monoamor o poliamor. Su congreso del amor en una relación con un león iba a ser un infierno. Además, era un PAS, lo que hace más difícil relacionarse con un león, ya que normalmente son pingüinos. Su herida había nacido de esa experiencia, era un duelo de su pingüino enamorado, pero el Dragón lo había salvado del dolor. 

Entonces, pude ver en sus ojos cómo el pingüino fue a visitar al Dragón y a abrazarlo. El congreso aplaudía con ojos llenos de fresco rocío de mañana.

—¿Debo buscar otro pingüino?—Me preguntó.

—Si quieres evitar dolores, debes buscar a alguien parecido o asumir  responsablemente que eliges a alguien distinto.

Este es un dato más para anotar en la búsqueda del amor de pareja.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma individual y social
Somatic Experiencing Practitioner

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Las constelaciones y los errores de la Matrix

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Hoy fui visitada en todas las sesiones por las ancestras del linaje materno. Fueron bellos movimientos de reconexión con la madre, las abuelas, las bisabuelas y las tatarabuelas.

Hay una historia que quisiera compartir, por la belleza del amor materno y por cómo el trauma distorsiona la realidad y genera un patrón que hace que la Matrix del amor se altere.

Recibí a una mujer sencilla y suave, aunque en su caminar y mirada observé fuerza y vitalidad. Esta observación me hizo sentir la presencia de su madre en ella. Al consultarle qué la traía a la sesión, comienza a llorar y me dice que su mamá no la quería y su abuela materna la rechazó desde el momento de nacer.

Escuché su lluvia y mis oídos, conectados con mi corazón y Lo Más Grande, me hacen sentir una música que desentona con su aspecto de una mujer de sesenta años, con una mini de cuero, vestida armoniosamente, muy cuidada, sin exageración, atractiva y muy bien combinada.

La invité a observar la consulta para autorregularse y traerla al presente (justo había tenido un llamado intenso de llenar una esquina de mi consulta con plantas, así que fui en un rápido movimiento al easy a buscar a mis amig@s). Cuando esta mujer miró, estaban allí instaladas «María», «Jorge» , y la «Maite», tres bellas plantas que me guiñan el ojo cuando las miro y busco apoyo en ellas. Cuando le guiñaron el ojo a la consultante, ella sonrió, la lluvia de sus ojos se detuvo, volvió a mirarme, y pude ver en sus ojos que estaba más calma y que podíamos abrir la constelación.

Tenía una hipótesis tan distinta a lo que ella me decía, así que estaba muy curiosa de ver si lo que intuía se hacía realidad.

Allí estaba la configuración familiar, ella, su mamá y su abuela.

Wow… lo que aparecía en su lugar era una niña muy cuidada físicamente, muy acicalada por su madre. Ella era la segunda hija, después de su hermano mayor. 

La historia mostraba que la abuela no quería mucho a su padre y que, como ella era la «hija de papá «, la rechazaba y no la veía. 

Al contrario de su creencia que su madre no la quería, aparecía una madre muy feliz con su hija. Había llegado la «mujercita» para completar la «parejita», y esta bebé era la muñeca de mamá, que se preocupaba de vestirla con ropa linda y muy bien combinada.   La percepción que tuve a la primera mirada de su imagen estaba confirmadísima, en su preocupación por el bien vestir, estaba la huella de su madre y su amor.

Cuando le comenté esto, se asombró y se emocionó con esa lluvia suave y armónica que mi corazón conoce y lo hace suspirar.

¿De dónde venía esta sensación de rechazo entonces?

Le pedí que se pusiera en el lugar de su madre, y allí encontramos una pista: la madre se percibía muy triste y miraba al suelo, lo que en las constelaciones significa que se mira a un muerto o se quiere ir a la muerte . 

¿Qué pasó con tu mamá cuando pequeña?

No supo qué decirme.

Entré a ese lugar y se sentía mucha tristeza, y se me mostró que la madre, mientras cocinaba, estaba llorando, muy triste. Cuando la consultante entraba a la cocina y se acercaba a la madre, esta le daba la espalda para que no la viera llorar y la consultante niña se sentía rechazada y se iba de su lado.

La consultante asentía, mientras le  comentaba esta imagen, moviendo su cabeza afirmativamente y, nuevamente, emergió la lluvia por sus ojos, pero esta vez eran suaves y dulces, comprendiendo que su madre la protegió con «este rechazo» de su tristeza y lágrimas.

Volvía a preguntarme: ¿Qué ocurrió en este sistema familiar donde la madre ocultaba su tristeza y sus lágrimas?.

Cuando entré al lugar de la abuela, confirmé el mismo patrón: ella también, mientras cocinaba, lloraba. Y la hija, cuando entraba a la cocina, su madre le daba la espalda.

Fuimos a la madre de la abuela, la bisabuela de la consultante y encontramos una tristeza inconmensurable, mirando hacia el suelo.

¿Quién murió? Volví a preguntar.

Y allí la consultante recordó y me dijo: Mi tatarabuela era del campo, tuvo siete  hijos, y cuando salía con el tatarabuelo a trabajar, dejaban a cargo a la hija mayor, (su bisabuela) de no más de 12 años, de los hermanos y de la última hija, una bebé de meses. Una tarde volviendo de estas jornadas, encontraron muerta a la bebé y la madre, en shock, echó la culpa de la muerte de la bebé a su hija. 

Habíamos encontrado el hecho de donde venía la experiencia del rechazo.

La vivencia de rechazo de la bisabuela por parte de su madre, había viajado de generación en generación hasta que llegó a mi consultante, junto con el profundo dolor de la pérdida y la culpa.

Todas esas mujeres habían recibido y tomado la pena de esa tragedia y la llevaban oculta en sus corazones y, cuando cocinaban afloraba y, para proteger a sus hijas, les daban la espalda para no ser vistas en esta expresión tan dolorosa y, sin saber, repetían el trauma del rechazo .

Una vez que encontramos el nudo donde el amor quedó atrapado, vino la liberación y la sanación con las frases curativas.

La madre se contactó con su bebe que murió de una bronconeumonía y le dijo a su propia madre: «querida mamá era mi fecha de vencimiento y mi hermana no tuvo nada que  ver con mi muerte».

La madre pudo llorar a su bebe, soltar la culpa y liberar a su hija de la muerte de su hermana.  

Se le dio un lugar a ese bebé y se la reconoció como parte de la familia.

La abuela pudo ser vista por su madre liberada de la culpa, y pudo también devolverle la profunda pena que llevaba por ella.

La abuela pudo ver a su hija y liberarla de la culpa y tristeza.

La madre de la consultante pudo ver a su hija y liberarla de esa sensación de rechazo que vivía desde pequeña.

Aquí podemos ver como una posterior puede estar identificada con la bisabuela.

Y la consultante, mirando a su bisabuela, le pudo decir: «querida bisabuela, te veo, te reconozco y dejo contigo tu duelo por tu hermana menor y todos los sentimientos de rechazo que experimentaste, eso es tuyo y sólo tú lo puedes llevar, porque todo eso es parte de tu destino y no del mío».

“Por favor bisabuela bendíceme para que pueda disfrutar de la buena vida que me ha tocado y, mientras disfruto de esta vida, te recordaré y seré feliz en tu nombre y en el de tu hermana».

Un viaje transgeneracional. Un viaje de una profunda sanación.

Invoco a Lo Más Grande  para que este relato llegue a los corazones que resuenen con esta experiencia y sean sanados.  Amén.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en trauma individual y social
Practitioner Somatic Experiencing

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Las Maldiciones en las Constelaciones Familiares

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Muchas veces  los temas de magia negra, maldiciones o “trabajos”, no son tocados abiertamente por la superstición de que, al hablarlos, se pueden hacer realidad en nuestras vidas.

Cuando transitaba por la formación de Constelaciones Familiares, estaba tan sorprendida de todo lo que ocurría en esos espacios mágicos e incomprensibles, que cuando apareció representar “una maldición”, quedé peinada para atrás. Mi curiosidad aumentó a mil y comencé a anotar todo lo que la consteladora hacía y decía: María era médico de profesión, argentina y tenía mucha experiencia en estos temas, por lo que había pasado todos los test que hace la psicóloga que habita en mi congreso. Lo que ocurría allí en el campo, era sorprendente: demonios representados por mis compañeros, la lujuria en su variedad de rostros, la frivolidad, el desenfreno, la desvergüenza se movían sin freno y sin pudor. El tema era una maldición muy antigua de una mujer despechada, rechazada por su amante, y que recayó en un posterior y aparecía una enfermedad que se trasladaba de generación en generación hasta la consultante que estaba allí.

En otra ocasión, tuve la oportunidad de estar en un seminario con Bert Hellinger de varios días en Argentina donde la consultante no podía vivir tranquila: en su casa se le prendían artefactos eléctricos como la radio y la televisión, se le movían los muebles, entre otras cosas. La paciente estaba enloqueciendo y tenía testigos de estas situaciones, así que estaba segura que no eran alucinaciones ni delirios producto de su mente, era real.

Hellinger pidió a toda la comunidad presente que, el que se sintiera llamado a participar, pudiera entrar en el campo y, en este grupo de alrededor de 500 personas, muchos nos levantamos y fuimos al escenario. Lo que se dio allí fue digno de una película de Fellini, una locura compartida de ángeles y demonios, muertos, vampiros, gritos y carreras enloquecedoras. No podría decir en cuánto tiempo ocurrieron estas escenas de locura.

Bert permanecía sentado y observando todo lo que acontecía, asintiendo con la cabeza y observando a la consultante a su lado, que miraba esto llena de espanto. De repente, comenzó un aire de calma y suavidad y Bert se levantó, se acercó a una mujer y le dió unas palabras curativas que, a su vez, ella repitió a otra representante y toda la atmósfera de terror y locura se transformó en un movimiento de paz. Hellinger, en su estilo, no explicaba nada de lo que ocurría. Esto ya era lo que él llamó las “Constelaciones del Espiritu”.    

En el trabajo que realizo me he topado con las maldiciones que, aunque no son muy frecuentes, aparecen y los consultantes no pueden creerlo, pero les hace sentido por todo lo que han vivido. He podido distinguir si hemos ido por un buen camino al percibir el alivio que aparece en el consultante y en la atmósfera del campo que está desplegado.

Hoy, por zoom, me solicita una constelación una mujer de alrededor de 60 años en que, lo primero que aparece, es su ansiedad y su decir “me han pasado tantas cosas malas en la vida”. Como una metralleta, comenzó a enumerar la muerte de su hijo de trece años en moto, la adicción de su marido, el cáncer de su nieta, la reincidencia y muchas tragedias más. Le pido con firmeza que pare y la traigo conmigo a la sesión, ya que se había ido a transitar por esa selva de momentos difíciles y pensé “wow, ¡qué sistema nervioso más agotado por visitar tantas veces esos pasajes del pasado una y otra vez!”. Entonces, me llegó una historia que escuché a Bert Hellinger y se la relaté:

 

Bert preguntó: ¿qué mujer creen uds que es más feliz?

Eran dos mujeres que salieron de un campo de concentración después del término de la guerra. A ambas se les dió la posibilidad de viajar a USA a hacer una nueva vida: una de ellas aceptó y la otra se quedó y se convirtió en una relatora de sus experiencias en el campo a través de una organización que la llevaba a muchos países para que ella diera su testimonio, la que se fué, armó una familia y dejó atrás todo lo difícil.

La consultante rápidamente respondió que la más feliz era la relatora de sus experiencias difíciles.  

¿Qué dirías tú? ¿Cuál sería tu opción?

Le dije que la mujer más feliz era la de Estados Unidos. La que había dejado todo atrás. 

Hoy, esto se puede confirmar a través de la neurociencias, en que el sistema nervioso que ha sufrido eventos traumáticos y que estos  al  ser rememorados se retraumatiza, ya que para la mente no existe el pasado ni el futuro.

La consultante quedó en silencio, me miró a través de la pantalla y pude ver un pequeño brillo en sus ojos de comprensión y de alivio.

Ella necesitaba relatar la muerte de su hijo, ante lo cual cedí porque era viajar junto a ella a esa selva de dolor y traerla de vuelta desde la sutileza del amor y la descarga de su voltaje de trauma alojado en el cuerpo. Fuimos al viaje, iba acompañándola, sin entrar en detalles, con mi curiosidad guardada en mi mochila de terapeuta que sabe de trauma y de la delicadeza del sistema nervioso cuando ha sido abatido por experiencias difíciles.

Cuando me dio un detalle donde vi una luz que la ayudaría para salir de la oscuridad, recordé otra historia, esta vez de la Dra. Elizabeth Kubler-Ross, y se la relaté.

Trataba de un niño con cáncer terminal que la llama: “Dra., necesito que venga a verme, le tengo que pedir un favor”. Elizabeth es la primera médico que trabaja con enfermos terminales y desarrolla el acompañamiento desde un lugar nuevo dentro de la medicina. Por sus muchos años de experiencia, Elizabeth fue descubriendo y confirmando que los niños y adolescentes en estado terminal de alguna enfermedad, saben la fecha de su muerte.

 

Se encuentra con su paciente pequeño y el chico le dice que le faltan solo unos días para iniciar el viaje y que necesita que lo ayude con su madre, que no lo deja andar en su bicicleta nueva que no había podido usar debido a la repentina enfermedad. Elizabeth gestiona para que el pequeño se suba a su bicicleta sin “rueditas” y, así, con una fuerza inusual, da vueltas a la manzana solo y llega llena de felicidad donde sus padres. Se bajó y le dijo a su hermano menor: “ahora es tuya”. Elizabeth se despidió del niño, se miraron, y guardaron el secreto mientras se iba guiñandole el ojo.

Mi consultante, mientras escuchaba el relato, se secaba los ojos levantándose varias veces sus anteojos. Una vez que terminé, la mire y sus ojos brillaban, estaba más presente y había vuelto a estar aquí, conmigo, en la vida. Su hijo, parecido al relato, pidió andar en su moto y, ambos padres, extrañamente le dieron permiso en esa ocasión e hicieron varias gestiones para que esa moto y el joven se encontraran. Era su vehículo al mundo invisible y ellos, sin saberlo, lo entregaron al verdadero nacimiento.

Fue una larga sesión en que, con todo lo vivido, ya era tiempo de cerrar, pero algo me detuvo. Vi el reloj, faltaban unos minutos, y me pillé desprevenida cuando la consteladora que habita en mí le dijo que eligiera cuatro objetos. Me sorprendió este llamado y, cuando le pregunté a la consteladora de qué se trataba, me contestó: uno para ella, otro mamá, otro papá y la maldición”. Al igual que aquella sesión en mi formación, me quedé con el pelo para atrás, pero donde manda la consteladora, nada que hacer, solo me tocaba observar lo que el campo manifestara. Así, con los movimientos de amor curativo, fuimos sanando las heridas de la pequeña niña de la consultante y allí estaba la maldición que impidió el amor entre sus padres y generó tanta desunión, litigios entre hermanos, presencias oscuras vistas por sus hijas, enfermedades y desamores por doquier.

Recordé a Bert Hellinger, “para sanar las maldiciones necesitamos bendiciones”, y así fué: los padres le dieron un lugar a la maldición al igual que la consultante, y se le dio la honra y la pertenencia.

Desde la comprensión de las Constelaciones Familiares, la persona que hizo una maldición estaba en un estado de tanta rabia e ira  y dolor que su ego llamó al mal y se generó una profunda energía de maldad que fue enviada a la familia y que fue transmitida de generación en generación. Darle un lugar a esa persona y a esa energía y verla con los ojos del corazón y de la compasión es sanar al sistema completo, a esa persona y su clan y al clan que recibió la maldición. El amor cura.

Pongo todo este relato en manos de la Divinidad y que sea sanador para quien lo lea, como lo ha sido para mí escribirlo.

Amén.

Vilma Bustos Coli
Psicóloga Clínica PUC
Consteladora Familiar
Experta en Trauma Individual y Social

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Constelaciones Familiares, pobreza y resiliencia

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Cada día me dispongo a estar abierta al gran Misterio mirando la montaña que me regala a través de los ventanales de mi nueva consulta. Mientras lo hago, agradezco y pido ser como ella, para poder sostener y acompañar en el viaje a los que son llevados a verse a sí mismos y repararse.

Hoy fui invitada a volver a mirar la pobreza, esa de fríos inviernos sin zapatos, de compartir una bolsa de té y la mitad de una marraqueta entre varios y tomar ese caldo de huesos cocidos varias veces, esa de miedos, angustias y terrores al escuchar los gritos y peleas de los padres—gritos que se anclan en el fondo de los oídos y continúan resonando hasta llegar la noche en el corazón de los niños—.

“Pienso en el hambre, el frío, los terrores nocturnos, las pesadillas que hacen mojar la cama y las palizas silentes de mi padre”.

Llega un hombre de 55 años pidiendo ayuda y buscando la causa de su Psoriasis. Lo envió su mujer y, antes que pudiera preguntarle, se presentó abierto, sincero y curioso. Entramos en su relato y fuimos, poco a poco, reviviendo la pobreza cruda, silenciosa y despojada de poesía.

Era un profesor de electricidad y, con el tiempo, la astucia y el tesón lo llevaron a crear su empresa de servicios eléctricos que mejoró su situación. Estaba acongojado por la soledad, la distancia que sentía con su mujer y las crisis recurrentes de pareja. Sentía que ella no lo entendía porque él quería estar siempre pegado a ella y su familia, escapando de la soledad que lo llevaba a un lugar oscuro de angustia y compañía masculina.

En el pasado, su madre lo logró meter a un colegio privado en el que, si lograba pasar un examen, sería becado. Tenía una gran habilidad matemáticas y, pese a su silencio y timidez, logró el puntaje máximo y lo recibieron. Esta oportunidad le abrió las puertas del conocimiento, pero también de experiencias difíciles que lo marcarían de por vida.

Mi primera chaqueta, de segunda mano arreglada por mi mamá, me hizo creer que iba a pasar desapercibido, que podría ser uno más. Pero, apenas entré, me di cuenta que estaba pasado de moda y comenzó una larga cadena de bullying. Todos los días no era solo ir a aprender, sino que era rechazado por mi pobreza”.

“A mis trece años, un sacerdote, el inspector del colegio, comenzó a seducirme y darme atención. Me protegía del bullying, pero también me daba muestras de “afectividad” que no entendía. Durante un año y medio fui abusado por él. Guardé estos hechos toda mi vida, lo que me generó una profunda angustia y ansiedad, y solo lo he podido compartir con mi mujer ahora. Mi vida se tiñó por esta experiencia”.

Mientras acomodaba mi alma inquieta y escuchaba el relato, miraba a la montaña y le pedía que me sostuviera y me diera la fuerza para sostener. Miré a este hombre y su niño y le dije:

—Sobreviviste—y, con un tono claro y curioso le pregunté— ¿Qué te ayudó a sobrevivir?”.

— Mi inteligencia y el deseo más profundo de salir de la pobreza.

—¿Qué quieres ver en la constelación?

—Quiero saber y sanarme de esta profunda soledad que siento, y que me lleva a buscar esos recuerdos de lo que recibí del sacerdote con hombres que me disminuyen a esa vivencia. Es como si, en esa época, esa experiencia me hubiera protegido del dolor.

Sin indagar más, para no abrir más heridas traumáticas y retraumatizar su cuerpo y corazón roto, abrimos la constelación. Le pedí que eligiera una huella para él y dos más (en adelante, la 1 y 2)—plantillas para representar en la consulta—. Puso la suya frente a las otras dos. El campo traía información y se sentía muy pesado, una atmósfera de mucha pena y dolor. El viaje había empezado, ¿dónde nos llevaría?

Desde mi intuición, le dije que la huella 1 representaba al bien y la 2 el mal y, al ponerse en cada lugar, observamos que él las miraba a las dos y, a su vez, ambas le devolvía la mirada. Antes de decirle nada, me dijo que la 1 era su madre y la 2 su padre, informacion del campo que me orientaba.

Miró las huellas señaladas como bien y mal y le dije:

—Sobreviviste al mal—. Y le comenté que conocía a un hombre, semejante a su historia, que cuando adulto el mal se instaló en él y abusó de sus tres hijas por largos períodos de tiempo (incesto). En cambio, él había logrado sentir impulsos de mal cuando aparecieron los espacios de profunda y angustiosa soledad. —El mal no pudo contigo—. Entré en cada huella para sentir lo que había ahí. Generalmente lo hacen los consultantes, pero a veces lo hago yo, cuando, como en esta ocasión, tengo certeza de la vulnerabilidad del corazón y el peso que lleva. Me puse a su servicio y sentí el voltaje del trauma, era imperativo ecualizar esas fuerzas. 

Sentí el lugar del mal, y apareció la verdad: el padre se materializó y yo vi sus castigos y maltratos, prácticamente torturas desde muy pequeño. Cada vez que hacía una pequeña travesura, no quería que llegara la noche ya que le esperaba el dolor. Llegó a poner cartones bajo el pijama para resistir los correazos, golpes y palos. Eran jornadas de terror, soledad y angustia.

Le dije que esa era su Psoriasis, la representación de su padre en su piel. Asiente, su padre también tuvo Psoriasis. Y, en una forma de llamar a la compasión en las constelaciones y usar los campos de información que nos dan, le dije que iríamos a ver la infancia de su padre. Lo vimos a los tres años, un niño inocente que vivía en la profunda pobreza material y espiritual siendo abusado y maltratado en un lugar lleno de violencia. Había conocido más torturas de lo que ese pequeño pudo soportar sin dejar que el mal se apoderara de él para sobrevivir.

Estas experiencias de trauma, tan profundas y violentas, generan en el sistema nervioso y dragón lleno de odio, resentimiento y furia desatada. Es tan grande la sensación de ira asesina, que de alguna manera se debe descargar y, así, se termina golpeando y abusando a otros. Otras formas son la eyaculación, las adicciones al alcohol y las drogas, o pastillas que disminuyan la angustia.

La energía de trauma que llevaba su padre cuando niño, el consultante la vio con los ojos de su alma. Así, para salvar el alma de su papá y aliviarlo, tomó el rol de cuidador y salvador para aliviarlo a través de las travesuras que provocaban los golpes que, al aliviar el cuerpo del padre, también lo hacía la angustia del niño.

Toda la energía de trauma del padre también la heredó su hijo, convirtiéndose en un patrón y llevándolo al encuentro con el sacerdote, al que vio como un padre bueno que nunca conoció y con una vivencia de alivio del dragón en lo sexual.

En un nivel humano, lo que vivió fue un trauma que lo dañó. En un nivel más profundo, observando lo ocurrido biológicamente en su sistema nervioso, esa experiencia lo ayudó a descargar energía que, a los trece años, podría haber asesinado a su padre. Fue en la época en que se defendió y, finalmente, se alejó del sacerdote.

El hombre pudo, biológicamente, autorregularse lo necesario para liberarse del voltaje y salir del congelamiento. Desde aquel momento de empoderamiento, comenzó a expresarse a golpes y a sacar la voz para defenderse. Además, su inteligencia lo llevó a la universidad.

El consultante danzaba entre el asombro, las lágrimas y la comprensión. El amor ciego se convirtió en compasivo. Se dio cuenta que él era como su padre—lo que rechazas es en lo que te conviertes—. Comprendió que la búsqueda de compañía masculina, cuando lo invadían sensaciones de soledad y angustia, era un acoplamiento y una lealtad a su padre, un acto inconsciente de recibir amor de él.

Miró a su padre y le dijo:

—Querido papá, ahora te veo y te reconozco, y puedo comprender todo lo que viviste y sufriste. Sé que no pudiste liberarte del mal. 

—Querido hijo, no pude. No tuve la fuerza para detenerlo dentro de mi. Anhelé que tú sí pudieras, que con la inteligencia que te heredó tu madre lo harías. Estoy orgulloso de ti—contestó el padre.

—Papá, sobrevivimos. A pesar de todo lo que pasó, estoy vivo, aquí, y me quedo en la vida. Tomo tu anhelo de una mejor vida, de dignidad, y te pido, por favor, que me des tu bendición para que, cuando venga el mal disfrazado de soledad, me abrace a la paz para resistir—contestó suspirando profundamente y mirándolo a los ojos.

—Querido hijo, tienes mi bendición para que cada día que vivas, la paz te acompañe en la oscuridad y la luz.

Cerramos lentamente la constelación y el hombre que entró a la consulta se veía transformado. Tenía una luz y una liviandad dulce y calma. El amor había triunfado y el bien se equilibró con el mal.

Vilma Bustos.

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Acerca de las crisis de pánico y la inclusión

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Hace algún tiempo fui sorprendida por una paciente con crisis de pánico que se repetía desde hacía cuatro años. Él describió claramente sus síntomas y cómo había recorrido la vida con ellos durante todo ese tiempo, lo que me hizo recordar un viaje similar que yo experimenté hace años. Haber tenido yo misma la experiencia de sus síntomas y haber aprendido a surfearlos, comprender sus causas y darles un lugar en mi, me empoderó para acompañar este proceso de sanación desde la compasión y la real   humanidad.

Mirando y sintiendo al consultante, su cuerpo manifestaba expresiones ferales de pánico: ojos en alerta con el cuerpo tensado y la musculatura preparada para luchar o huir ante la amenaza de un depredador. Iniciar el viaje de las Constelaciones Familiares en ese estado no era muy auspicioso y, para hacerlo más complejo, me di cuenta que los pases mágicos de Somatic Experiencing podrían no ser suficientes.

Ante esto, decidí complementarlo con la Terapia Neural, derivando a la clínica Intersomos. El resultado no se hizo esperar, y la paciente sintió micro vivencias de su crisis, que me dieron la oportunidad de sostenerlo y contenerlo en vivo y en directo, mientras le entregaba un estímulo nuevo para desacoplar las sensaciones corporales desagradables del miedo. En este espacio de relación terapéutica, él pudo asociar que había otra persona que lo sostenía y cuidaba, permitiéndole vivir un nuevo maternaje.

Lentamente fue volviendo al hogar de su cuerpo: sus pupilas volvieron a danzar flexibles, su descolorida piel recobró el color y su cuerpo descargó la energía que lo preparaba para huir. Mientras lo hacía, la imagen de su niña asustada pudo volver y él pudo observar y contenerla, entregando un gran alivio a su cuerpo.

Las personas que experimentan crisis de pánico suelen ser muy amables y educadas, ya que tienden a guardar su rabia y ser complacientes para evitar los conflictos. Al acumular sensaciones negativas y palabras no dichas, el sistema acumula energía, la que se manifiesta y llama la atención a través de los síntomas de un trastorno ansioso o crisis de pánico.

A medida que él asentía, los  instrumentos de Somatic Experiencing tocaban música en su cuerpo, liberando suspiros, eructos y lágrimas que aumentaban la calma y lo tranquilizaban.

Al estar más estable, con su alma retornando a un cuerpo más tranquilo y en calma, pudimos retornar al presente y le pregunté cómo había sido el viaje de transformación de niña mujer a hombre.

Me relató cómo fue llevado por el flujo de la vida al encuentro con las hormonas, sus dos cirugías y su actual dosis periódica de hormonas. Con eso, me planteó si quizás las hormonas estaban activando sus crisis de pánico.

Mirando esta hipótesis, llegamos a convencernos que no debía ser el caso. Entonces, le pregunté si había hecho algún rito de despedida con su niña, y me dijo que no.

Entonces, le comenté acerca de los efectos de  la exclusión en los sistemas, tanto en los familiares como los intra-ser. Así, lo que se niega o excluye se hace presente clandestina e inconscientemente en el ser.

En los excluidos de los sistemas familiares, el alma familiar—que tiene como Ley que todos tienen derecho a pertenecer—toma a los excluidos y los incluye en alguien posterior, manifestándose como síntomas, destinos similares o características y rasgos de personalidad. Por eso la importancia de incluir a todo y todos por igual.

Dicho esto, lo invite a hablar con su niña, hablarle a los ojos y explicarle su cambio corporal. Además, le hizo ver la amplitud de su corazón para amar y la acogió en un lugar de su corazón.

Entonces, como es habitual en mi consulta, el campo de información tocó la puerta suavemente y se me vino a la mente una pregunta sobre si había mellizos o gemelos en la familia. Él me contestó que sí, que sus tías lo eran. Esto me recordó l@s much@s que vienen acompañados intrauterinamente y son dejados sorpresivamente, lo que provoca una primera depresión.

Esta información se acopló a la observación que había hecho de este joven hombre y percibí y sentí una profunda tristeza en la profundidad de su mirada. En ese momento, también recordé tambien una constelacion en Argentina, mientras todavía era alumna, en la que un joven homosexual llevaba en su alma una chica abortada y, por ende, excluida de su sistema familiar. 

Curiosa ante las posibilidades, abrimos una constelación donde situamos a los mellizos. La niña estaba mirando a su hermano. Las frases de verse, reconocerse, extrañarse y de enojo fueron provocando suspiros, descargas y lágrimas que iban confirmando que la niña que quedó viva llevaba el alma de su hermano dentro de ella. La fuerza de la lealtad y Lo Más Grande permitió que esa lealtad en el alma se expresara a través del cuerpo.

El paciente observó esta dinámica de amor y se sorprendió del amor de su hermana y la existencia de su hermano. Lo invité, entonces, a incluir a su hermano y a su niña. Lo invité a decirles: “Ahora los veo a ambos, y ahora los tengo a ambos en mi cuerpo y en mi corazón. Hermano, estás en mi cuerpo, hermana estás en mi corazón.” Lo miré mientras se secaba las lágrimas y le dije “Ustedes son muy bendecidos al poder llevar a ambos conscientemente y así poder amar sin distinción de género. Este es un regalo que hay que atesorar y cuidar, ya que eres parte de los miles de colores humanos en la paleta de la Divinidad”.

La conclusión de esta constelación fue que, si no hacemos un trabajo interno de incluir a los excluidos dentro de nosotros, nunca lograremos un mundo libre de exclusión. Las constelaciones familiares permiten que esta ley de inclusión se haga realidad. A nivel del alma, todos somos Amados tal cual somos.

Agradezco a Lo Más Grande por invitarme a ser un instrumento en esta constelación y poder ver en ella su amor.

Vilma Bustos.

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